jueves, 5 de junio de 2008

LOS TEJADOS DE MADRID




La gran ciudad me recibe vestida de gris. Vuelvo a experimentar cierta vorágine, a perderme -en el sentido literal de la palabra- por sus laberintos subterráneos; intento no sucumbir a su ritmo endiablado, guardar en mi retina nuevas impresiones sobre el paisaje y el paisanaje. Y me pregunto cómo le va la vida a ese currante que aguarda el próximo tren, al tiempo que araña con fruición los restos de pintura que quedaron en sus manos después de una larga jornada, brocha gorda en ristre. Y qué habrá sido de aquella chavala que vivía -nunca mejor dicho- a pie de calle, en plena cuesta de Atocha. Dicen que hay muchos mundos, pero todos están en este. Y mientras trato de conciliar el sueño, las sirenas enloquecen ahí fuera, en el silencio frío de la noche madrileña.

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OS TELLADOS DE MADRID
A gran cidade recébeme vestida de gris. Volvo experimentar certa voráxine, perderme -no sentido literal da palabra- polos seus laberintos subterráneos; intento non sucumbir ao seu ritmo endiablado, gardar na retina novas impresións sobre a paisaxe e a paisanaxe. E pregúntome como lle vai a vida a currante que agarda o próximo tren, ao tempo que rabuña con fruición os restos de pintura que lle quedaron nas mans logo dunha longa xornada, brocha gorda en ristre. E que tería sido daquela moza que vivía -nunca mellor dicho- a pé de rúa, en plena costa de Atocha. Din que hai moitos mundos, pero todos están neste. Y mentres trato de conciliar o sono, as sereas entolecen aí fóra, no silenzo frío da noite madrileña.

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